Hamburgo, batacazo olímpico (y II)

Dos temporadas antes de que el reloj del Volkparkstadion se parase ya lo había hecho otro de forma simbólica, si bien más lúgubre. El HSV Hamburg, conveniado con el Dinosaurio, daba con sus huesos en la tumba tras vivir por encima de sus posibilidades, a semejanza de otros tantos –Ciudad Real, Cantabria… Como el club hermano, se había coronado en lo más alto de Europa. Lo desolador es que no habían pasado ni tres años.

El balonmano en Hamburgo fue clave en los albores del campeonato alemán. El club de la policía (SV Polizei) alcanzó seis finales consecutivas, ganando las cuatro primeras (1950-53) y perdiendo las dos siguientes contra el histórico Frisch Auf Göppingen. A partir de allí, cedió el protagonismo a los de Baden-Württemberg y otros como el Kiel, el mítico Gummersbach o el Grosswaldstadt, desvaneciéndose hasta que en 1996 se unió al SG Altona, una fusión del Union 03 y el Hansa 10/11.

En 1999, en la otra ciudad fundadora de la Hansa, Lubeca, se produjo un hecho vital para sus socios proverbiales: el VfL Bad Schwartau y el HSV Lübeck, aprovechando la plaza del primero en la Bundesliga, se coligan en este ámbito, bajo la denominación SG VfL Bad Schwartau-Lübeck. Ganan la Copa en 2001, en una sede que el destino parece elegir a propósito: Hamburgo. La sociedad se disuelve en la campaña 2002-03, haciéndose cargo el HSV Lübeck de la licencia profesional y trasladándose a orillas del Elba, donde firmará una acuerdo de colaboración con el Hamburger SV para el empleo del logotipo, aunque posteriormente se irá ampliando. Pero las turbulencias, como un anuncio del trágico final de la década siguiente, comienzan pronto. Winfried Klimek, el accionista mayoritario, es condenado por fraude y administración desleal en 2005, sumiendo al club en crisis financiera.

La llegada del mecenas

El millonario Andreas Rudolph acude al rescate y lo reemplaza, inyectando cuantiosas sumas de dinero durante los años venideros, que convertirán a los hanseáticos en el único equipo en once años que arrebate la liga (2011) al arrollador THW Kiel –cinco dobletes y seis finales de la Champions, con tres títulos–. El título del HSV se adorna con dos copas en 2006 y 2010, culminadas ambas al derrotar por la mínima a un equipo de Baden-Württemberg –como sus paisanos policías en los campeonatos germanos de los 50, el Rhein-Neckar Löwen. Además, tras el primer triunfo copero, alzan la Recopa ante los leoneses del Ademar en 2007, temporada inolvidable para el balonmano tudesco de clubes que domina el continente con un triplete.

No podía extrañar, porque Rudolph puso a disposición del técnico y exbalonmanista Martin Schwalb figuras mundiales como Dumagoj Duvnjak, Igor Vori, Blazenko Lackovic, los hermanos Lijewski y los Gille, los escandinavos Per Sandström y Hans Lindberg, además de compatriotas internacionales como el meta Johannes Bitter, Pascal Hens, Mimi Kraus o Toto Jansen.

Schwalb se dio un respiro con la dirección técnica, pero fue breve. A finales del curso siguiente regresó al banquillo y afrontó el tramo final hasta la cima del balonmano europeo, que el Ciudad Real de los años gloriosos le había negado cuatro temporadas consecutivas y, en la última, sus compatriotas del Füchse Berlin. Al sexto intento fue la vencida. Primero, hubo de ganarse una wild card, en la que superó a partido único a Wisła Płock y Saint-Raphaël. Luego, fue campeón de grupo y, tras deshacerse del Celje esloveno y sus vecinos norteños del Flensburg, -el segundo de su grupo, repitieron Final Four en Colonia. Sin la pesadilla manchega –el Barça había eliminado a su heredero, el Atlético de Madrid–, ni los zorros de la capital que caían en octavos frente a los del Neptuno, el panorama se afrontaba sin neuras.

Un desenlace memorable

El sorteo deparó al gran THW Kiel, equipo de la ciudad principal del Schleswig-Holstein (la hanseática Lubeca es la segunda y Flensburgo la tercera). Con el Barça-Kielçe, todo parecía predestinado para una batalla final entre los dos acorazados del balonmano que, en los últimos tres años, se habían repartido el título. De producirse, además, sería la ocasión de revancha blaugranas tras su derrota en la final de 2010 ante los zebras. El Kiel era líder de la Bundesliga (título que se adjudicaría), se había impuesto en los correspondientes duelos directos ligueros al HSV y ostentaba el cetro europeo. Pero los hamburgueses, con una plantilla a la altura de cualquiera de sus rivales, se quitaron la espina. Duvjnak, en su vigésimo quinto cumpleaños, se regaló once goles de trece intentos (seis antes del descanso) y lideró a los suyos ante un rival que sucumbió con justicia por 39-33. Ni siquiera Thierry Omeyer o Andreas Palicka pudieron contener el ataque hanseático.

En la final tocó el FC Barcelona, que cumplió. Víctor Tomás, Viran Morros, Dani Sarmiento, Albert Rocas, Ángel Montoro y el meta hispano-serbio Arpad Šterbik se acababan de proclamar campeones del mundo en enero con España, Jesper Nøddesbo los había sufrido en la final, había superclase como Siarhei Rutenka, Juanín García (campeón mundial en 2005) o el portero Danijel Sarić, y completaban el grupo Magnus Jernemyr, Cédric Sorhaindo, Martin Straňovský y Eduardo Gurbindo. Un rival temible, liderado por un entrenador contrastado como Xavi Pascual.

La primera mitad, brusca y poco fluida, comenzó con ambos conjuntos muy intensos en defensa, marcando el territorio. El HSV fue a la caza de Rutenka, al que Marcin Lijewski le entregó una galleta certificada (aún así, china-chana, a la chita callando, el ruso blanco llegaba con cuatro goles al descanso). Mientras, Vori por una parte, y los escandinavos blaugranas por otra, se metían en todos los fregados. Con numerosas pérdidas de balón incluidas, en el minuto 10 el marcador reflejaba un escaso 3-2, también porque tanto Bitter como Sarić comenzaron inspirados. Con los minutos, la intensidad no remitió pero lo hizo la dureza. Durante la primera mitad se vieron destellos espectaculares como dos latigazos de Lijewski (quien, tras la transmutación de salida, se dedicó a sus zapatos), una acción individual en inferioridad de Duvnjak o sendos goles desde los extremos del siempre elegante Juanín y Tomás, respectivamente,

En la segunda parte todos se olvidaron de trifulcas y los teutones se soltaron el pelo y corrieron, dando protagonismo a la segunda línea, especialmente el sueco Fredrik Petersen (4 goles). Por supuesto, Vori seguía ejerciendo de sí mismo, sobre todo para lo bueno. El Barça se encomendaba a jugar exclusivamente para Rutenka en posicional (otros cuatro goles) y a la casta y la velocidad de Víctor Tomás (cinco), quien honraba el brazalete del senyal que comparten los territorios de la Corona de Aragón y se imbuía del espíritu de lucha almogávar. Pero los catalanes seguían perdiendo muchos balones. No obstante, gracias en parte a Šterbik –vaya lujo empezar con Sarić y acabar con él–, taponaba la herida.

En el tramo final, con la defensa barcelonesa pendiente de Lijewski y Duvnjak –no anotaron en posicional en la segunda mitad–, Michael Kraus aprovechó que le flotaban para erigirse en secundario de lujo y sumar cuatro goles. Todo se desata cuando el HSV anota dos goles, se viene arriba y, pese a que Sarmiento provoca una exclusión, los teutones marcan en un contraataque mano a mano que los coloca 24-20 y, de seguido, otro en el que Sterbik salva media final. Cuando quedaban segundos para concluir la primera exclusión, el canario fuerza otra de modo que, para cuando se recupera la igualdad numérica, el marcador está empatado a 24. Cada equipo anota un gol más y, en el último minuto y medio, ni hanseáticos primero ni catalanes más tarde resuelven, pese a un postrero y envenenado lanzamiento de falta de Rutenka.

Nada más comenzar la prórroga Duvnjak decide que tiene que dejar su sello y restablece la tónica con dos tantos seguidos. El Barça fiará todo a la segunda línea y Juanín acorta pero Kraus, que no se creía lo que estaba haciendo, echa mano del Magnum y cierra el marcador de la primera parte. La segunda mitad empieza con un rápido intercambio de goles. Tras un gran pase de Kraus a Vori, Lindbergh marca el 30-29 del correspondiente penalti. Un largo ataque barcelonés se resuelve con paradón de Bitter en una penetración de Gurbindo. Queda un minuto y Šterbik no quiere ser menos. Bitter se corona deteniendo otro balón en seis metros –a Juanín–, pero el Barça mantiene la posesión y se la juega sin portero a 40 segundos. Lo intenta pero solamente le da para un lanzamiento in extremis y a la desesperada de Sarmiento desde 9 metros, que Bitter detiene. Aunque hay falta con el tiempo cumplido, se cumple la máxima de los cuatro tiempos y no hay goles en el minuto final. Hamburgo, treinta años después del gol de Magath, celebraba una Copa de Campeones. Desde la DHB Pokal de 2006, se cumplían siete años esplendorosos.

Llegan las vacas flacas

Tras siete años de vacas gordas, la cara oculta del éxito no tardó en verse ni de presagiar lo que se avecinaba. Andreas Rudolph dimitía en mayo de 2014, cansado de dejarse dinero en la empresa –más de 20 millones de euros. El club admitía una deuda de 2,7 millones y se encaminaba a un callejón sin salida. Un déjà vu del deporte, que en los últimos 20 años había dado cuenta de un puñado equipos de balonmano –que se lo pregunten a la ASOBAL y a su bestia negra, el Ciudad Real-Neptuno Atlético–. Como un lamento premonitorio de la Banshee, a principios de julio el club despedía a Martin Schwalb quien, para aumentar el dramatismo, sufría un infarto a las pocas horas (entrenador actual del Rhein-Neckar Löwen que, por cierto, fue el cuarto positivo por Covid-19 del club de Mannheim).

La agonía se prolongó temporada y media mientras veía alejarse a sus estrellas hasta que, con la deuda en 4 millones, la directiva dijo basta en enero de 2016. Aún así, en la huida hacia delante le dio tiempo a caer en la final de la Copa EHF 2015 frente –cómo no, el otro gafe, los zorros berlineses. Fue refundado como Handball Hamburg en categorías territoriales, pero a efectos de imagen utiliza el nombre de los éxitos, HSV Hamburg (Handball Sport Verein). Pelea actualmente en la Bundesliga-2, donde por esas ironías del destino también milita el VfL Bad Schwartau, sueña con culminar la faena y recuperar la categoría y el brillo perdido, como en el fútbol.

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